Ernesto Olano Vargas * 

Asociado de Foro Educativo y

miembro de Equipos Docentes

El rasgo central del cristiano es ser testigo del Reino. Ello significa hacer de la vida una demostración de amor a la verdad y la justicia y de solidaridad con los que sufren en particular con los pobres, opción preferencial, pero no excluyente, pues todos y todas somos llamados a la conversión. Esta afirmación central del Evangelio, seguramente es objeto de acuerdo. Sin embargo, cuando se asume que los pobres son sujetos de un proceso de liberación integral, personal, social, económico y político de todas aquellas estructuras sociales que crean muerte concreta de seres humanos, empezarán entonces las discrepancias. Y es que el estatus quo quiere para subsistir a pobres sumisos y sin capacidad de agencia; es decir, que no sean sujetos de su propia historia y de la historia general del país.

Diría que Gustavo Gutiérrez, asume plenamente el reto que plantea el Concilio Vaticano II, consistente en aggiornar la Iglesia para dar respuesta a los signos de los tiempos de la década de los 60 del siglo pasado, marcados por las revueltas sociales y las guerras, hechos que impactaron en la conciencia de las y los cristianos. En el caso de América Latina, la pobreza como situación de pecado estructural. Gustavo se pregunta ¿cómo hablar de Dios en medio de esta realidad de pobreza y marginación? La respuesta la encuentra en la Teología de la Liberación, una reflexión de la fe desarrollada desde la práctica de los cristianos y cristianas de cercanía a quienes sufren por vivir en pobreza, situación de negación de sus derechos. “Reflexión teológica que nace de esa experiencia compartida en el esfuerzo de la abolición de la actual situación de injusticia y de la construcción de una sociedad distinta, más libre y más humana”.[1]

Conocí a Gustavo el año 1987 cuando expuso en el Seminario Universitario Hugo Echegaray, evento organizado por la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC). Llamó mi atención la facilidad para conjugar el análisis enjundioso de los textos bíblicos con las tesis de distintos pensadores contemporáneos, junto con su marcada y frecuente ironía, ese fino sentido del humor que revelaba su humanidad. También destacaba su disposición a generar un espacio de discusión abierta basada en el diálogo, generando un ambiente de comunidad horizontal para fortalecer las reflexiones desde la fe.

Pero, ¿cuál es el legado del padre Gustavo? Pienso que el retomar la tradición cristiana de la opción preferencial por los pobres, entendiéndolos como sujetos históricos. Y con eso, lo que quiero señalar, es la capacidad para transformar las realidades de muerte que les toca sufrir en situaciones de esperanza a través de la acción comprometida para modificar las estructuras que oprimen a las mayorías y que les priva del ejercicio de sus derechos fundamentales.

Pero Gustavo, que vivió las propias dificultades de la discapacidad, no se acercó a los pobres, como quien los ve como el objeto de su reflexión teológica. Por el contrario, fue amigo de las y los excluidos, fue un pobre más, viviendo las estrecheces de un barrio popular, en el distrito del Rímac. Así lo reconocen los múltiples testimonios de quienes lo conocieron de cerca y supieron de su fraternidad y sencillez de vida.

Al proponer una teología de la rebeldía frente a la inequidad y señalar las causas de la pobreza desde su reflexión teológica, se hizo merecedor de la persecución de sectores de su propia Iglesia. Esa iglesia que asume a un Dios de los poderes de la tierra y justifica las injusticias, prometen la vida eterna para después sosteniendo que el sufrimiento cotidiano es la ruta para ello. Olvidan que el propio Jesús señaló que: “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10, 11), y que pasó por la tierra haciendo el bien, curando, resucitando y reintegrando a la vida social a las y los marginados de su tiempo. Jesús liberó a las y los excluidos de las ataduras culturales y sociales que les condenaban al ostracismo.

La ruta abierta por Gustavo a partir de su enraizamiento en la vida de los pobres y viviendo plenamente en el espíritu de las bienaventuranzas, como parte de una Iglesia aliada de los desfavorecidos promueve la vida digna para todos y todas. Tal como lo ha venido haciendo ya por décadas la Iglesia Latinoamericana, deja un legado que nos interpela en medio de los desafíos que vivimos actualmente en el país y el mundo.

Esta reflexión presente en nuestros días nos permite además perseverar y fortalecer nuestros compromisos con la vivencia de una fe coherente y en salida en nuestras acciones cotidianas para así, al igual que Gustavo, anunciar al Dios revelado en la historia y compartir los signos de su Reino.

* Mi agradecimiento especial a Blanca Cayo por la revisión y los aportes brindados.

[1] Gutiérrez, Gustavo. Teología de la Liberación. Perspectivas. Centro de Estudios y Publicaciones. Lima, 1984.

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1 Comentario

Carmen · 05/11/2024 en 3:24 PM

Muchas gracias Ernesto y Foro Educativo. P. Gustavo nos complicó la vida como solía decírselo, porque comprendimos en el proceso de conversión de nuestra práctica cristiana en UNEC y en Equipos Docentes que no hay marcha atrás, que debemos fortalecer nuestras comunidades estando atentxs a los signos de los tiempos y participar con las y los pobres en la transformación de la realidad dramática que vivimos y que afecta más a los excluidos y excluidas por este sistema «que mata».

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