Los procesos educativos trascienden la escuela. Las personas aprendemos desde que nacemos en las experiencias de interacción y socialización. ¿Cuándo y para qué nace la escuela? Este breve artículo reflexiona con relación a esta pregunta
César Uribe N.
Vicepresidente de Foro Educativo
Es complejo identificar un punto de inicio para la
educación, entendida como el acto intencionado de enseñar. Aunque la historia nos brinda algunos hitos sobre el inicio de la
escuela, definida como el espacio institucionalizado donde ocurre la acción de
educar, surge la interrogante sobre qué es realmente la educación y qué implica
educar. En el desarrollo de estas reflexiones, espero que estas interrogantes
puedan esclarecerse por sí mismas.
Comienzo estas
reflexiones buscando respuestas sobre el origen de la educación y la acción de
educar. Al situar esta interrogante en la historia de la humanidad, las
civilizaciones y los territorios que habitamos, junto con los diferentes
estilos de vida, nómadas y sedentarios, así como todo lo que los seres humanos
han tenido que aprender para sobrevivir, especulo algunas posibles respuestas y
relaciones.
¿Cómo se
alimentaban nuestros ancestros hace miles de años? Sin adentrarnos en
investigaciones antropológicas detalladas, es razonable pensar que dependían de
la naturaleza para su sustento. Descubrir los alimentos fue un proceso de
aprendizaje por ensayo y error, con consecuencias potencialmente letales. Sin
embargo, estos aprendizajes, en mi análisis especulativo, ayudaron a muchos a
evitar la muerte o enfermedades. Algunos individuos, capitalizando estos
conocimientos, los transmitieron a otros para evitar consecuencias negativas.
Esta transmisión puede considerarse como el inicio primario de la acción
educativa y de educar. Este proceso es crucial, ya que no solo identifica una
posible ruta de la acción educativa más primitiva, sino que también establece
la importancia de la motivación (la necesidad básica de alimentación y cómo
satisfacerla) y el contexto (el territorio donde ocurre la acción educativa),
determinando diferentes formas de aprendizaje y enseñanza.
Afirmo entonces
que la relación entre aprendizajes, necesidades y contextos territoriales dio
lugar a la acción educativa. Aunque este razonamiento puede parecer simple, es
probable que en realidad fuera mucho más complejo. Sin embargo, para los fines
de estas reflexiones, esta simplificación puede resultar útil.
Mi intención no
es explorar cómo nuestros antepasados aprendieron a alimentarse, sino
establecer que siempre ha existido una estrecha relación entre las necesidades
humanas y los territorios que habitamos. La
educación nunca estuvo separada de estas necesidades y territorios, y los
aprendizajes y enseñanzas siempre respondieron a esta relación, que hoy en día
sigue siendo crucial, o al menos debería serlo.
¿Cuándo cambia esta relación entre educación, necesidades y territorio?
Este cambio se produce con la aparición de las instituciones educativas, inicialmente en manos de personas de gran poder político, económico o social. La educación se desarrolla dentro de las familias, pero con visiones y enseñanzas dirigidas únicamente a esas clases sociales. Con el tiempo, estos espacios se institucionalizan y excluyen a amplios sectores de la población, convirtiéndose en ámbitos de saberes exclusivos y elitistas que responden a intereses particulares. La educación en su concepción más amplia encuentra en la escuela una institución que puede satisfacer ciertos intereses, dejando de lado enseñanzas fundamentales como las relacionadas con la alimentación y la supervivencia, relegadas a grupos marginados. Surge entonces la segmentación entre saberes empíricos, para los cuales no existían escuelas formales, y el conocimiento privilegiado al que solo accedían ciertos estratos sociales.
Con este cambio, la relación entre necesidad y territorio es reemplazada por la relación entre interés y educación, dando lugar a decisiones políticas que responden a los intereses de ciertos grupos, desvinculándose de las necesidades reales de la población y del territorio. La política se convierte en un factor determinante en la definición de las agendas educativas, priorizando ciertos aspectos en detrimento de otros.
Es crucial entender que la educación es un acto político por naturaleza, ya que implica la toma de decisiones para transformar una realidad común, enmarcada en un territorio. Las decisiones políticas de un gobierno, como el fortalecimiento o debilitamiento de la democracia, tienen un impacto directo en la educación y en la relación entre territorio y aprendizaje. Ignorar esta realidad crea una desconexión entre la educación y las necesidades del territorio y la población que lo habita.
En resumen, la educación debe ser entendida como un acto político que busca mejorar la vida de las personas en su territorio. No se trata solo de enseñar conocimientos técnicos, sino de formar ciudadanos críticos y comprometidos con su realidad, capaces de enfrentar los desafíos de su entorno y contribuir al bienestar común. Rechazar la politización de la educación es negar su naturaleza esencial como un proceso que siempre ha estado intrínsecamente ligado a las realidades sociales, políticas y territoriales. Es urgente replantear el enfoque educativo para que responda verdaderamente a las necesidades de nuestra sociedad y nuestro territorio, promoviendo el buen vivir, la justicia, la inclusión y el ejercicio pleno de los derechos para todos y todas.
1 Comentario
José Fernández sanchez · 15/04/2024 en 6:36 PM
Ver más de cerca nuestro contexto en crisis incluyendo la responsabilidad directa en la formación de nuestro líderes juveniles.