Por Candelaria Ríos Indacochea

Vocal de Foro Educativo

Ese día, llegaron desde diversas comunidades no por apoyar a un caudillo, sino por el hartazgo de la opresión, del sistema clasista y racista que por tanto tiempo les mantenía en la exclusión y la pobreza. Se levantaron tantas veces que son incontables como las piedras en las iglesias ayacuchanas, que según la leyenda eran mandadas a construir como castigo cada vez que surgía un nuevo levantamiento.

Ese día de diciembre no fue diferente, y en total desventaja técnica respecto a sus adversarios ubicados estratégicamente para disparar, expresaron su oposición. 

Sin esa decisión de las y los campesinos y comuneros, habría sido imposible sellar la independencia de las Américas el 09 de diciembre de 1824.

Ciento noventa y ocho años y seis días después, no muy lejos de las Pampas de Quinua en Ayacucho fueron asesinados 10 compatriotas y más de 60 fueron heridos. El saldo nacional de dos meses de protesta ciudadana fueron 61 fallecidos, 49 de ellos por proyectiles de arma de fuego y bombas lacrimógenas que son de uso exclusivo de las fuerzas del orden del país, acorde a los peritajes e informes internacionales

Golpear primero…

Castillo perpetró un golpe de estado, y hoy priorizando su estrategia legal por sobre su capacidad de representación (si aún le quedara algo del simbolismo), omite el contexto que lo llevó a ello, o lo limita a una pugna política sin resaltar las desigualdades que fueron el hilo con el que se trazó su destino y el de quienes creyeron ver en él a uno de los suyos.

Castillo dio un golpe que él mismo reconoce nunca se concretó, y se desinfló en un par de horas. Conspiraron en su contra sus limitaciones para gobernar, fruto de su escasa formación política, pero también fruto de la nula calidad educativa en su formación básica, docente y de posgrado. Mucho se indignan en las redes sociales y opinólogos de que alguien con esas carencias llegara a ser presidente, pero a ellos y ellas les parece normal que con esas mismas limitaciones sea un maestro del área rural.

La desigualdad, la inequidad está normalizada, pero debe “quedarse en su sitio”, ese fue el pecado original del candidato. Lo ideológico es secundario, como lo demuestra la alianza parlamentaria con sus otrora camaradas Cerrón y Boluarte.

El Congreso estaba preparado para vacar a Castillo sin mayor argumento que la fuerza de los votos, forzando una vez más la interpretación de “incapacidad moral” como lo hicieron contra PPK la primera vez. Castillo quiso golpear primero, pero la intención le estalló en la cara.

Horas después que el presidente leyera con manos temblorosas lo que hoy llama “proclama”, en el Congreso se abrazaban alegres y se tomaban fotos, mientras que pobladores de San Isidro bloquearon las vías de tránsito, como si de manifestantes toma-carreteras se tratara.

¿Qué victoria significaba para el país que se hubiera roto una vez más el orden institucional? Ninguna. En cambio, las imágenes de celebración marcaban nuevamente una división más que ideológica, de estratos.

Estaba anunciado que Castillo sería escudriñado al milímetro, hasta en la marca y metraje de papel higiénico que comprara, pero ni por ello pudo ser correcto y cayó en la corrupción. O tal vez ese fue siempre el plan. Algunos lobistas y sobornadores profesionales empezaban a acomodarse al régimen, y de entre ellos surgieron los delatores.

Había incapacidad, pero también intenciones delictivas irónicamente teñidas de cierta inocencia al creer que podrían robar como sus predecesores, sin entender que cada uno de sus predecesores había ganado previamente su lugar en la repartición de torta. De una manera cruda, se podría decir que algunas élites son condescendientes con la corrupción, siempre que sean sus “iguales” en términos de racialización y clase económica. Toledo y Humala pasaron por un “blanqueamiento” antes de ser elegidos, ambos en su segundo intento. Castillo llegó sin filtro, como el arroz integral, marrón, con cáscara y piedritas.

La buena noticia es que se elevó la valla de la fiscalización mediática y judicial.

La mala noticia es que solo duró hasta el 07 de diciembre.

Foto: Peoples Dispatch

Golpear fuerte, sin piedad.

Los acontecimientos del 7 de diciembre transcurrieron confusos hasta para sus protagonistas. La información llegaba recortada y parcializada. Ese día pretendían vacar a Castillo y luego hubo fotos de celebración, ¿cómo no interpretar que el golpe lo había dado el congreso? De tanto mentir diciendo que hubo fraude, de tanto invisibilizar lo que sucede fuera de Lima, de tantos adjetivos racistas, descalificadores y denigrantes de la prensa concentrada, perdieron credibilidad, y la desinformación imperó.

Fuera de Lima el 56% de las personas creía que el golpe lo había dado el Congreso, e incluso un tercio de las y los limeños (35%) pensaba igual.[1]

Los simbolismos son insuficientes para enfrentar las desigualdades, pero no por ello dejan de ser importantes. 

Fue lo que simbolizaba Castillo en términos de representación de los sectores empobrecidos y racializados lo que generó una identificación en la ciudadanía que lo llevó a la segunda vuelta. Esa en sí era una victoria.

La empatía, la movilización que generaba en los mítines el candidato no era por su elocuencia, era por lo que representaba, y que no había forma de transferirlo a la vicepresidenta. Boluarte al juramentar no hizo el mínimo intento de empatizar con sus electores, y en su primer discurso se dirigió a quienes habían atacado su propio triunfo. Les habló a quienes hacía año y medio eran sus adversarios y enemigos políticos. Les arrebató la única conquista alcanzada: la simbólica.

En una visión cíclica del tiempo, habían sido devueltos a épocas virreinales donde su lugar en la sociedad es representado a la base de una pirámide, muy lejos de la igualdad democrática. Encima, se les retiró el derecho a la opinión, a la protesta, a la integridad física, a la vida.

Para salir del bucle

Como si de alguna maldición se tratara, parecemos atrapados en un bucle temporal donde las tragedias se repiten cíclicamente, a pesar de las efemérides, o tal vez gracias a ellas.

El 10 de diciembre es el Día Internacional de los Derechos Humanos. La vida es un derecho fundamental, como también lo es el derecho a la igualdad y a la no discriminación.

Muchos opinólogos e influencers de redes sociales parecen ignorar este dato, y no dudan en descalificar con injurias racistas a quienes no piensen como ellos, no actúen como ellos, o simplemente estorben sus objetivos, incluso sus objetivos ilícitos.

Para ellos, la frase atribuida a Voltaire seguramente era caviar: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo», y más caviar precisar que la frase es de la biógrafa del filósofo, Evelyn Beatrice Hall[2]

Esta perspectiva filosófica presupone considerar al otro como igual, no como enemigo ni como inferior.

En Perú, a falta de leyes de apartheid o segregación, la forma de mantener a cada quien en su sitio es un conjunto de discursos, actitudes y actos de discriminación que son transmitidos, reproducidos y puestos en práctica desde los distintos estratos económicos y sociales, incluidos los oprimidos. Es más, nuestras no leyes son tan perversas que de vez en cuando premia a los oprimidos que reproducen los discursos y ayudan a mantener el statu quo, ya citamos los casos de Toledo y Humala.

Este mecanismo se explica desde los discursos predominantes en los relatos históricos, con héroes blancos o blanqueados, y luchas indígenas, afrodescendientes y de mujeres invisibilizadas. He ahí una primera tarea para la educación.

También, se explica por la manera en que afrontamos las desigualdades, que combina tanto aspectos de personalidad, experiencia de vida, modelos vicarios (historias de éxito reales y ficticios), como la socialización en la familia y en la escuela.

Simplificando, hay dos formas de afrontar las injusticias que producen las desigualdades, la primera es dar el mayor esfuerzo por cumplir con los estándares y comportamientos aceptados para el estrato, y tratar de ascender siguiendo las normas no escritas de estratificación, aquí caben actos delictivos y de corrupción, pero de ninguna manera oponerse al sistema.

La segunda forma es actuando colectiva y solidariamente para crear un sistema más justo y sin desigualdades. Ello no garantiza un ascenso individual, es más, implica un riesgo de vida, incluso si se expresa pacíficamente.

Es verdad que la forma elegida por cada persona depende de una multiplicidad de factores, y se requiere actuar en cada uno de ellos. También, es verdad que la socialización en la escuela es uno de esos factores, y actualmente promueve el individualismo, en vez de la solidaridad, la competitividad en vez de la competencia, el resultado, en vez de la ética, el moralismo superficial en vez del sentido de justicia.

Esa es la tarea de formación ciudadana de la educación, una ciudadanía en colectividad, donde los derechos se ejercen respetando al otro, aunque estemos en desacuerdo. 

Y entonces tal vez la democracia vuelva a ser democracia.

Foto: Ministerio de Cultura

Referencias


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