
Por Pilar Chinchayán Robles
Educadora
Asociada a Foro Educativo
La vida republicana de nuestro país no ha dejado de retratar una sucesión de situaciones de crisis, una tras otra. Estos tiempos, en particular, revelan una exacerbación de la intolerancia, el autoritarismo, la corrupción, la discriminación como una forma de violencia presente en la vida cotidiana, pero, sobre todo, institucionalizada desde el Estado, con la constante vulneración de los derechos humanos fundamentales, de la cual son objeto una inmensa mayoría de peruanas y peruanos que ven limitadas sus oportunidades de desarrollo como también su dignidad y derecho a la vida y a la libre expresión, siendo consideradas y considerados como revoltosos, ignorantes o “terroristas”.
Entonces, ¿qué significa ser maestra o maestro en un país tan desigual, injusto, jerarquizado y resquebrajado socialmente como el Perú? Esta pregunta no es antojadiza, ya que ser maestro o maestra en el Perú, como en cualquier parte del mundo, nos remite al rol de agente de cambio social inherente a la labor formadora que ejercemos en la conducción y acompañamiento de los aprendizajes de las niñas, niños y jóvenes que acogemos en las aulas y escuelas.
Y es que, para ser maestra y maestro en el Perú, hay que atreverse a optar por la transformación, sembrando la semilla de la conciencia crítica, la coherencia ética y la innovación para la construcción de propuestas de cambio en las jóvenes generaciones. No obstante, los desafíos para encarar esta opción son variados e igualmente complejos.

Desde una formación inicial y continua que no necesariamente aporta sustantivamente al desarrollado del perfil profesional que requiere tan noble labor hasta, entre otros factores, un débil reconocimiento social que merma la motivación de algunas/os, pero no de todos. Existen muchos maestros y maestras que, más allá de la situación que les llevó a ingresar a la docencia, han encontrado en la educación un espacio vital de autorrealización, donde no solo guían a las niñas, niños y jóvenes a descubrir nuevos conocimientos, sino también a formarse como mejores personas, ciudadanos y ciudadanas que aprecian sus orígenes, la diversidad de sus raíces culturales, conscientes de la sociedad en la que viven y que esperan mejorar en la perspectiva del bien común para todas y todos.
Desde una formación inicial y continua que no necesariamente aporta sustantivamente al desarrollado del perfil profesional que requiere tan noble labor hasta, entre otros factores, un débil reconocimiento social que merma la motivación de algunas/os, pero no de todos. Existen muchos maestros y maestras que, más allá de la situación que les llevó a ingresar a la docencia, han encontrado en la educación un espacio vital de autorrealización, donde no solo guían a las niñas, niños y jóvenes a descubrir nuevos conocimientos, sino también a formarse como mejores personas, ciudadanos y ciudadanas que aprecian sus orígenes, la diversidad de sus raíces culturales, conscientes de la sociedad en la que viven y que esperan mejorar en la perspectiva del bien común para todas y todos.
Que la celebración de este 6 de julio nos lleve a reencontrarnos con los sentidos de nuestra labor profesional de cara a construir una sociedad democrática, justa e igualitaria, libre de toda forma de discriminación, exclusión y violencia, basada en la formación integral que brindamos a las niñas, niños, adolescentes y jóvenes en los espacios educativos y de articulación con la comunidad.
¡Feliz Día de la Maestra y Maestro Peruanos!
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