Por: Teresa Tovar

En «El mito de Sísifo», Albert Camus satiriza el someti­miento de los seres humanos a un trabajo repetitivo, abusivo y absurdo. Sísifo fue obligado a empujar una piedra gigante hasta la cima de una montaña para que luego vuelva a caer rodando hasta el valle donde debía recogerla y empujarla nuevamente hacia arriba, y así, indefinidamente. Experimenta­ba la libertad sólo un breve ins­tante, cuando había terminado de empujar el peñasco y aún éste no caía.

El modelo de crecimien­to económico ilimitado es la piedra que nos obligaron a empujar a costa del daño a los ecosistemas y el desprecio de los derechos y la dignidad hu­mana. Hoy está al descubierto y aún hay quienes se atreven a sostener que luego de la pan­demia hay que volver al estado de cosas anterior, absurdo, a la “normalidad” que destruye nuestra propia especie.

En educación, también se están derrumbando mitos que ya no es posible sostener. Man­tenerlos es continuar pensando en una normalidad que ya no corresponde. Es hora de rom­perlos para plantear una “nue­va normalidad” en educación.

El primero es preconizar la reducción del Estado a costa del deterioro de la educación públi­ca. Su falsedad se hizo evidente con las “políticas de austeri­dad” en el “gasto” social que, en el caso de la salud, nos conduje­ron al túnel oscuro del colapso del sistema y, en el caso de la educación a pretender calidad educativa primero con colegios sin servicios y ahora con hoga­res sin internet, computadora, y a veces, ni siquiera luz.

Los maestros y el propio Mi­nisterio de Educación están em­pujando el programa Aprendo en Casa, con escasa inversión, a costa de rascar la olla y extender el tiempo de trabajo, afectando incluso los bolsillos de los docen­tes. Los loables logros que se van consiguiendo en medio de la pas­mosa precariedad pública no pue­den llevar a idealizar a esta última como modelo. La piedra volverá a caer, trayendo consigo más pobre­za y desigualdad educativa, si no tomamos la decisión de terminar con el mito de que con menos Es­tado (y más mercado) se mejora la calidad educativa.

Varios países en han planteado un esquema económico distinto donde hay sectores que “requie­ren inversión privilegiada: salud, educación, sectores públicos críti­cos y energías limpias”.

Para financiarlo se propone “un fuerte impuesto a los ingre­sos, al lucro y la riqueza”. Thomas Piketty propone “aplicar un régi­men fiscal con mayores impues­tos hacia el sector de los más ricos para orientarlos hacia la sanidad y la educación. No hay opción dis­tinta”. Será necesario también po­ner fin a las exoneraciones al gran capital, efectuar el cobro de las deudas de las grandes empresas y recurrir al fondo de estabiliza­ción fiscal del cual se ha gastado menos del 5% para la pandemia. No será posible cambiar el destino de la educación sin convertirla en un bien público y un deber del Es­tado.

Otro mito que ya no funciona es el discurso del “emprendedor”. Sería un grave error seguir pre­conizando la formación de estu­diantes competitivos que puedan lograr el “éxito” a costa de su es­fuerzo individual y “meritocráti­co” y al margen de las desigualda­des abismales en que viven.

Niños suben a un cerro en Puente Piedra para captar internet / Foto: Houston Chronicle

El mito se cae cuando vemos a niños subiendo a la cumbre de un cerro para captar línea de internet y compartiendo 2 celulares para 7 estudiantes. Está claro que el em­prendedurismo no disuelve la des­igualdad.

Según Piketty el gran relato li­beral que gira en torno a la idea de la «meritocracia» es falso y hoy muy pocos creen que la pobreza se debe a la falta de ambición o de esfuerzo. La meritocracia sólo funciona cuan­do hay condiciones de igualdad y justicia. Y en el Perú tenemos todo lo contrario.

Piketty recalca que nos han he­cho creer que la desigualdad es fru­to de la ideología y el pensamiento.

En el plano cultural el mismo relato engañoso apareció detrás del ataque de la derecha al programa “Los Castellanos en el Perú” por­que dicho programa señaló que la discriminación existe y se debe a relaciones injustas de poder. No hay culpables de la discriminación dijeron los conservadores. Pero casi nadie les creyó porque en el Perú los discriminados y víctimas de ra­cismo son los pobres, los cholos, los andinos, las poblaciones indígenas y afroperuanas.

Un tercer mito que se derrumba es pensar que el ser humano es in­dependiente de la naturaleza y es el único eje de los procesos pedagógi­cos. Ya no es posible vivir y tampoco educar al margen de la naturaleza, porque, como dice Edgar Morín “no existimos en el mundo” sino que “somos con el mundo”. La creciente degradación del medio ambiente es producto de la acción humana, de un modo de producción que busca el lucro a costa de la vida.

En contraparte, se requiere edu­car teniendo el cuidado de la vida como eje, para que todos se sientan parte de un colectivo de seres vivien­tes. Hoy se demuestra que lo único que nos puede salvar es la coopera­ción, el respeto e interdependencia de todos con todos y con la naturale­za. Tenemos un destino compartido y, sólo si preservamos la vida en su gran diversidad, este destino podrá ser promisorio.

Greta y las nuevas generaciones lo sabían y lo habían planteado ante la ONU, antes de la pandemia mun­dial. La escucharon complacientes pero no le hicieron caso. Solo un virus devastador le dio la razón. Por eso, hoy se habla de los derechos de las nuevas generaciones a vivir en un planeta viable.

Otro mito que cae es creer que todos deben aprender lo mismo y de la misma manera. La estandari­zación y centralización de los conte­nidos y formas de educar se habían ya demostrado como ineficaces para mejorar los aprendizajes. Hoy con la pandemia aparecen absurdas, por­que no se puede regular un año to­talmente irregular. En él las recetas y plantillas no son replicables y las rúbricas y “semáforos” aparecen sin sentido, al pretender monitorear en serie procesos educativos que se es­tán reinventando en todas partes. Ve­mos comunidades y redes de maes­tros que reclaman que los enfoques y contenidos educativos respondan al entorno social, ambiental y local y que dialoguen con saberes diversos.

El modelo estandarizado suponía una situación social plana que no existe. Hay estudiantes caminan­tes en éxodo hacia sus lugares de origen, otros que fueron empuja­dos a la deserción por la pobreza o por el cierre de escuelas privadas de ínfima calidad. Hay niños des­nutridos y con anemia que escu­chan mensajes entrecortados por WhatsApp, niñas en confinamien­to que aprenden “ciudadanía” a la vez que son violentadas sexual­mente. Hay niños con discapaci­dad que jamás calzaron con los es­tándares y hoy están con muchas dificultades en el confinamiento.

La estandarización era una mirada vertical que venía desde arriba y hoy la educación sólo se puede reinventar y renovar desde abajo. Convivía con una diversifi­cación excesivamente pautada y hoy ambas dimensiones están en franca tensión. El eje del sistema estandarizado era evaluar y mo­nitorear y el eje de la nueva edu­cación es flexibilizar y crear.

La gestión centralizada de este modelo en caducidad ya no es posible ni deseable. Se requie­re una gestión descentralizada desde los territorios y con sus ac­tores que, afirmando un horizon­te común de país, humanidad y ciudadanía, construya ciudades y comunidades educadoras a es­cala local, donde los estudiantes aprendan a construir un mundo con bienestar.

No podemos seguir empujan­do reiteradamente, como Sísifo, formas de pensar y hacer educa­ción que nos están conduciendo al fracaso y la frustración. Necesi­tamos una transformación de los enfoques educativos hacia lo que se viene planteando como una “nueva normalidad”.

NOTAS:

1.- Manifiesto Holanda y Alemania 26 abril

2.-Piketty Capital e Ideología, 2019

3.- Banco Mundial, 2015

4.- Aprendo en Casa, mayo 2020


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