Alfonso E. Lizarzaburu

Jefe de ALFIN, programa de Alfabetización Integral.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos –suscrita por todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 en París, entre los cuales está el Perú– es considerada “como un ideal común para todos los pueblos y naciones” del mundo. Ella establece, “por primera vez, los derechos humanos fundamentales que deben protegerse en el mundo entero”. Su Art. 26, acápite 1, establece que: “Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental […]”.
Dieciocho años después se declaró el día Internacional de la Alfabetización en la 14ª Conferencia General de la UNESCO realizada en Irán el 26 de octubre de 1966 y se celebra desde el año 1967 para recordar la importancia de la alfabetización “como factor de dignidad y de derechos humanos en las personas, las comunidades y las sociedades, así como también de la necesidad de intensificar los esfuerzos para lograrla”. El Día Internacional de la Alfabetización se creó “con el objetivo de movilizar a la comunidad internacional y fomentar la alfabetización como instrumento para empoderar a las personas”.
El problema del analfabetismo (cuestionablemente denominado «absoluto» –porque, en rigor, éste sólo existiría en las sociedades ágrafas y no en las sociedades letradas– y «funcional» –porque, por definición, leer no es simplemente descifrar) demanda una acción convergente o estrategia de pinzas: por una parte, hay que dar una educación básica de calidad a todos los niños para cortar desde la raíz la reproducción del analfabetismo y, simultáneamente, hay que brindar una educación de calidad a todos los jóvenes y adultos para que satisfagan sus necesidades de aprendizaje a fin de hacer respetar sus derechos y asumir sus responsabilidades como ciudadanos, trabajadores, miembros de la comunidad, padres de familia, creadores y amantes de la belleza, etc.

No se trata de ofrecer simplemente una educación compensatoria, de segunda oportunidad o de rehabilitación para ciudadanos de segunda clase, sino de una educación de calidad (que implica la pertinencia) a lo largo de toda la vida para enfrentar las nuevas necesidades que aparecen en un entorno cambiante que plantea cada vez nuevas exigencias a la vida personal y en común por el desarrollo y utilización de la ciencia y la tecnología.
Según el Secretario General de la ONU, los avances y logros de aproximadamente 140 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda Global 2030 muestran serios problemas: hay un bajo porcentaje (12%) que están en camino; un 50%, si bien muestran algún progreso, están moderados o gravemente desviados; y un 30% no han experimentado movimiento alguno o han retrocedido por debajo de la línea de base de 2015. Y el ODS 4 sobre educación y aprendizaje a lo largo de toda la vida no es una excepción. La pandemia de COVID-19, el cambio climático, la digitalización, el aumento de las desigualdades, la polarización de las sociedades se sienten cada vez más en diferentes esferas de la vida y el planeta (UNESCO, 2023).
¿Y esto a qué se debe? A que el analfabetismo como un fenómeno social masivo aparece como un proceso que se ha manifestado históricamente de modos diversos y en momentos distintos en los diferentes países. Hay, sin embargo, un elemento común a todos ellos: el desplazamiento creciente de masas campesinas hacia los centros urbanos, generando lo que algunos científicos sociales han descrito como la ‘ruralización de la urbe’, con toda su secuela de conflictos y contradicciones. Esas masas campesinas provienen de contextos socio-históricos en los que se ha desarrollado una cultura no letrada, ágrafa, y en muchos casos de una gran densidad. Como es el caso en el Perú, con una rica multiculturalidad y plurilingüismo en las diferentes etnias que lo constituyen.

En la evaluación del Programa Experimental Mundial de Alfabetización (UNESCO, 1966-1975) se explicita que ‘analfabeto’ no es sinónimo de ‘ignorante’. En el Informe Final se afirma que:

“Muchos antropólogos y muchos de los primeros especialistas en alfabetización y artes gráficas hubieran observado que todos los grupos a los que llegó el PEMA tienen un sentido estético bien desarrollado y un mundo simbólico más rico que pobre, en el que son capaces no solo de ‘ver’, sino también de crear gran cantidad de detalles gráficos a menudo muy hermosos. Si los europeos o las minorías de orientación urbana han sido a menudo incapaces de reconocer (o no han querido reconocer) la existencia de tal riqueza estética entre los analfabetos, difícilmente puede culparse a éstos”.
Por consiguiente, ¿quién es ignorante? Por eso el Informe Final enfatiza que:
“Lo que hay que hacer es a) reconocer la validez interna del mundo simbólico de los analfabetos y, b) tratar de penetrar en ese mundo y comprenderlo”.
El analfabetismo solo puede ser cabalmente comprendido si lo ubicamos en el contexto del sistema social que lo genera y sostiene. Esto significa que el analfabetismo no es causa del subdesarrollo, la dependencia y la dominación, sino su expresión. Ha sido funcional para el tipo de sociedad existente, caracterizada por la concentración del poder económico, político y cultural en los sectores sociales dominantes, y la marginación, explotación, dominación y menosprecio de la gran mayoría de la población, como en el caso del Perú.
Por consiguiente, enfrentar el desafío del analfabetismo implica plantearse el desafío de transformar sustancialmente las condiciones que lo generan y sustentan en el sistema social existente.

Esta perspectiva histórica es fundamental para lograr la alfabetización y la educación a lo largo de toda la vida, porque, en la óptica del largo plazo, nos permite apreciar más realista y adecuadamente los logros obtenidos –que ciertamente existen, pero que están muy lejos de haber concretado los objetivos y metas explicitados– y las limitaciones, insuficiencias y mistificaciones con que la tarea se define y aborda. Y la única forma de hacerlo es alimentarnos de nuestra propia historia, apropiarnos de ella críticamente.
La alfabetización concebida en toda su riqueza conceptual es un instrumento para la adquisición, creación y difusión de conocimiento, la contemplación y creación de belleza, la búsqueda y la conquista de la verdad en libertad, para trascender el mundo inmediato, para comunicarnos y compartir solidariamente, para convivir y coparticipar, para crear un mundo humano justamente compartido. También lo es para reapropiarse del pasado, para vivir mejor el presente y construir un futuro de florecimiento para todos, es decir, de buen vivir. Por eso es también un instrumento de empoderamiento, de autoafirmación, de autoestima y de autonomía. Pero también puede serlo de dominación, subordinación y sumisión. De ahí la importancia de la equidad en cuanto a su distribución como un bien social capaz de propiciar el acceso a otros bienes y servicios que permitan satisfacer nuevas necesidades, posibilitando la realización de una vida cada vez más plena de todas las personas, promoviendo la curiosidad, la criticidad, la creatividad, la idoneidad y la cooperación.

Teniendo en cuenta que la alfabetización es un proceso continuo, que tiene principio pero que no tiene fin, es necesario asegurar la consolidación y la progresión del proceso de aprendizaje mediante la definición e implementación de una política renovada de educación que satisfaga las necesidades de aprendizaje de este sector de la población en los más diversos dominios y niveles. Ésta debe tener la prioridad que le corresponde en el esfuerzo nacional de desarrollo y recibir los recursos necesarios por parte del Estado, el sector privado y la sociedad civil para responder a las exigencias de la evolución del conocimiento científico y tecnológico contemporáneo, así como para contribuir a la construcción de sociedades realmente democráticas capaces de afrontar el desafío de la mundialización de la cultura, la economía y la política mediante la promoción del potencial creativo de todos sus ciudadanos en todas las esferas del arte, la ciencia, la tecnología y la producción, así como de la preservación del medio ambiente. Hoy por hoy, a pesar de los discursos y promesas, la alfabetización es el “pariente miserable” de la educación.
De ahí la necesidad de plantearse seriamente reformas educacionales integrales e integradas en el marco de políticas nacionales e internacionales de desarrollo equitativo y sostenible que respondan a los nuevos desafíos y necesidades.

Esto significa también que la educación debe desarrollarse a lo largo de toda la vida, ya que la rapidez y complejidad de los cambios exigen respuestas pertinentes y oportunas. 

Por consiguiente, asegurar eficazmente el derecho a una educación de calidad para todos a lo largo de toda la vida que contribuya al pleno desarrollo personal y social constituye el gran reto que nuestras sociedades deben afrontar.
Como lo explicita claramente el Informe del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) de 2013: Humanidad dividida: cómo hacer frente a la desigualdad en los países en desarrollo [y supuestamente desarrollados, agregamos nosotros]:
Cuando los ingresos y las oportunidades solo aumentan para unos pocos, cuando las desigualdades perviven a lo largo del tiempo, del espacio y a través de las generaciones, aquellos que están marginados, a los que se excluye sistemáticamente de los beneficios del desarrollo, en algún momento harán frente a ese «progreso» que les ha ignorado.
En síntesis: un problema central es saber qué proyecto de sociedad queremos construir para saber qué tipo de educación necesitamos. El problema de la educación es, nuevamente, un problema político y no simplemente técnico porque supone una opción entre quienes viven en común. Las opciones técnicas están subordinadas a la política y la política lo está relación con los principios y valores compartidos.
De la concreción de estos principios y valores dependen nuestras vidas, el patrimonio que le dejaremos a las futuras generaciones y, muy probablemente, la existencia misma de la humanidad en el planeta tierra.
El desarrollo sostenible es el desarrollo pleno de toda la persona y de todas las personas en la pachamama (madre tierra que nos da la vida), o no será.
De ahí la necesidad de diálogo y consensos mínimos que hagan posible la vida en común, la cohesión social, el bien común.

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