Por: Teresa Tovar
Hoy se está usando el término “nueva normalidad” para referirse a la situación post pandemia. Lamentablemente el sentido del término se ha tergiversado y reducido. En lugar de referirse a un cambio y transformación de los modos de vivir y producir, se interpreta como pequeños ajustes al antiguo modelo de mercado y lucro que nos ha conducido a la crisis más grande de la historia. Lo que necesitamos es un nuevo contrato social que elimine la desigualdad, no una nueva normalidad que termine reproduciéndola.
En el Día del Maestro hay que reflexionar si queremos tan sólo hacer ajustes para que los maestros se adecúen a la vuelta a clases semi presenciales para una discutible “reactivación” y “nueva normalidad”; o queremos establecer un nuevo contrato social que cambie el rol de los docentes junto con el lugar de la educación en la sociedad que imaginamos.
Optar por lo segundo supone al menos tres retos. En primer lugar, la apuesta por fortalecer la educación pública debe incluir en un lugar prioritario a los docentes. Es hora de colocar en primer plano la formación docente, dejada de lado por mucho tiempo. Los sistemas de “acompañamiento” no pueden sustituirla indefinidamente. Junto a ello, revalorar la profesión docente en el marco del conjunto de profesiones, para que deje de ser la última opción. La carrera docente debe tener alto puntaje y remuneración porque el rol de los educadores en la sociedad post pandemia es crucial: ellos formaran a las nuevas generaciones, para que cultiven el sentido de lo humano y cuiden el planeta, nuestra casa común.
En segundo lugar, el contrato social debe poner fin a la desregulación del trabajo y precarización laboral que caracterizaron el modelo neoliberal e incluyeron también al magisterio. Llegamos a la pandemia con 37% de maestros contratados y la carrera magisterial debilitada (pocas plazas y concurso de nombramiento suspendido). Pese a una pequeña pequeña recuperación remunerativa, hoy un maestro del sector público gana en promedio 2,300 soles líquidos y se ha extendido su jornada. Trabajan mañana, tarde y noche para contactar a sus alumnos y elaborar un sinfín de informes y evidencias.
Además, deben sufragar gastos extra de internet y materiales. Hay que financiar todas las plazas necesarias para la incorporación del magisterio a la carrera vía los concursos de nombramiento. Corresponde también otorgar un bono docente que compense las horas extra y los gastos y asegurarles una jubilación justa. No podemos convertir el sacrificio de los docentes en un modelo a adoptar sobre el que descansen la “reactivación” y la “nueva normalidad” en educación.
Los maestros deben ser parte del círculo de bienestar que hoy se propone para un nuevo contrato social. Ese que en Holanda empieza a ser realidad y que plantea que no se puede sobrepasar ni los límites naturales de un planeta finito, ni los límites sociales de los derechos humanos y sociales. Los maestros están fuera de ese círculo. Son parte de los sectores medios pauperizados y debe garantizárseles las condiciones para una vida saludable y digna, incorporando sus derechos “en un modelo económico distinto y no solo en una grandiosa pero hueca declaración universal” (Amsterdam).
En tercer lugar, de manera acorde a los nuevos modos de organizar la vida en armonía con el medio ambiente y los territorios, la tarea docente requiere ser dotada de autonomía para recrear los contenidos curriculares y vincularlos con el entorno ambiental, social y cultural de los pueblos y comunidades. No solo se trata de planificar y organizar la educación desde los territorios, sino de repensarla y refundarla desde bases distintas, afincadas en el resguardo de la vida, el respeto de los seres humanos y el tejido incesante de la cooperación. El daño más importante del modelo económico que ha fracasado ha sido destruir la solidaridad para reemplazarla por la competencia feroz.
Los maestros junto con las comunidades están organizándose e innovando. El contrato social debe incluir soporte a este esfuerzo colectivo, mediante estrategias públicas fuertes e integrales. No podemos trasladar la responsabilidad del Estado a los pueblos que hoy resisten el hambre y la pandemia.
En suma, en el Día del Maestro, no cabe pedirles que, desde su situación de precariedad, adapten el sistema escolar a una discutible “normalidad”. Corresponde dotarlos de herramientas, formación, recursos y autonomía para que rediseñen la tarea educadora junto con otros actores. Para que construyan una sociedad distinta desde el cultivo de un nuevo sentido común de interdependencia, fraternidad y búsqueda del bienestar compartido.
Un abrazo afectuoso para todas las maestras y maestros, muy especialmente a los de zonas rurales, héroes invisibles de la batalla contra el virus y la desigualdad educativa.
NOTA: la publicación de internet tiene una errata que corrijo en el texto de arriba (párrafo 4)
1 Comentario
RODRIGO URBINA ANCAJIMA · 21/07/2020 en 6:56 PM
Totalmente de acuerdo con un nuevo contrato social con reglas más justas, estamos a un año de conmemorar los doscientos años de República es una fecha propicia para refundar la educación peruana y también la República de Perú con una nueva constitución gracias.