En el prólogo del libro “Leer”, del escritor mexicano Gabriel Zaid, otro escritor, también mexicano, Fernando García Ramírez, formula esta pregunta: “¿qué hace el que lee?”, y luego él mismo responde: “Descifra, ordena, relaciona, recuerda, imagina, descubre, aprende, compara, duda, piensa, interpreta, crea”. Esta relación de operaciones intelectuales que definen lo que es leer todavía podría ser ampliada, pero basta para exponer la enorme que asume la escuela cuando se propone -como debe- enseñar a leer.
Los profesores y profesoras de los primeros grados ayudan a sus niños en el inicio de una marcha que será prolongada. Los hacen avanzar solo en una primera etapa que tendrá que ser seguida por otras. La lectura es tan compleja que su aprendizaje transcurrirá desde la educación primaria hasta la superior.
No se piense que las operaciones de lectura como las presentadas por García Ramírez se aprenden una tras otra, como conformando una escalinata. No constituyen peldaños sueltos. El alumno pequeñín de primer grado ya “descifra, ordena, relaciona, recuerda…” No se queda en el descifrar para pasar después a otra habilidad. Conjugar las operaciones que implica la lectura es tarea del docente trabajando con textos cercanos a las posibilidades de sus alumnos. Y lo mismo harán los profesores que intervienen después.
La enseñanza de la lectura es, en consecuencia, tarea compartida: Los profesores sucesivos de la escuela primaria tienen parte de la tarea. E igual en la escuela secundaria: todos los docentes -y no solo el de Comunicación- deben intervenir trabajando con textos de su especialidad. No es lo mismo leer un texto de matemática que examinar un texto de historia. Y el alumno tiene que aprender a leer textos de ciencias naturales con énfasis distintos que cuando debe leer textos de ciencias sociales.
“¿Qué hace el que lee? Pues todo eso. Si no, no es un buen lector.
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